Calles y caminos
Al amanecer todas las calles parecen similares: levemente iluminadas, levemente despiertas, levemente vacías. Pero a medida que transcurre el día, cada una de ellas va cobrando su propia identidad, su vida rodeada de mucho movimiento o de tranquila calma. Cada calle tiene su propio ritmo según la gente la transita, la ha ido adornando, ha ido instalando tiendas y casas o edificios. Algunas se ven en perspectiva con grandes arboledas, y otras parecen casi desnudas en una continuidad de cemento que se pierde en el horizonte. Cada mañana Julieta era la última de sus hermanas en salir del departamento ya que acostumbraba a caminar hasta el trabajo que compartían por el camino más corto, trayecto que atravesaba una de las calles más concurrida de la ciudad por la gran cantidad de tiendas comerciales en ella. Al mirar hacia el final de la calle se veían vitrinas a ambos costados que exhibían letreros con ofertas y descuentos de ocasión, en una variedad de colores y texturas de ropa y menajes de casa, además de restaurantes y una que otra librería. A esa hora la calle estaba llena de vida. En las esquinas las masas de gente esperaban a que cambiara el semáforo y luego al cruzar había que evitar a aquellos que venían desde el otro lado, donde no era extraño que cada tanto se chocaran los hombros o los brazos ante el ritmo frenético de los transeúntes. Por otro lado Florencia salía un poco antes que Julieta (o a veces al mismo tiempo), pero daba un pequeño rodeo prefiriendo aquellas calles más solitarias, despejadas del gentío y del ritmo frenético de aquella transitada elegida por Julieta. Por ser una calle secundaria era mucho más pequeña y tenía varios edificios bajos a ambos lados. Una de las calles tenía una gran muralla en toda su extensión, la cual era la parte de atrás de un colegio y dejaba ver un lindo mural que mostraba la vida de los niños en la ciudad. En las esquinas no habían semáforos, y por lo general estaban despejadas de gente y automóviles salvo unos pocos que circulaban de vez en vez. La calle terminaba en una plazoleta con una pintoresca fuente que tenia unos peces que lanzaban agua por la boca y que solo quedaba a una cuadra de su tienda. Violeta era la menor de las tres hermanas y prefería, en cambio, una calle mucho más alejada pero que estaba arbolada por ambos costados y las ramas parecían tocarse en el medio de la calle. Tenía una ciclovía al costado de un parque que Violeta utilizaba aquellas veces cuando prefería usar la bicicleta en vez de caminar. Por el frente del parque casas de uno y dos pisos se intercalaban entre pequeños cafés y hogares particulares con hermosos jardines e interesantes fachadas. A ella siempre le gustó aquella zona y por eso no le importaba salir más temprano y tener que caminar un poco más. Generalmente compraba un café al paso en el mismo local, donde había entablado una amistad con Renata, la dueña que lo atendía. La calle hacía un giro hasta llegar a la plazoleta con la fuente de los peces que lanzaban agua por la boca, donde algunas veces se sentaba a leer o a observar a los transeúntes en espera de Renata.
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