Paseo de la tarde

Lo que me gusta de cuando cae la tarde es que acostumbramos salir a dar un paseo por el barrio. Sin embargo ese día estaba un poco agotada, el día había sido algo más duro de lo normal y hubiera preferido quedarme haciendo cualquier otra cosa, pero Pedro me miró con esos ojos de niño bueno que otorgaban a su cara de adulto una ternura especial, y que en ese momento denotaba las ganas de salir a pesar del viento después de la intensa lluvia que no había cesado desde la noche anterior. Las calles del barrio estaban cada vez más destruidas, sobre todo después del fuerte terremoto que agrietaron las calles de Concepción. El aire era fresco y los aromas se intensifican con la humedad: las plantas, la tierra mojada, el romero y la lavanda acarician los sentidos de tal forma que da gusto caminar aspirando profundo y cerrando un poco los ojos por breves segundos y dejarte llevar por las calles aunque corres el riesgo de meter el pie en una poza y quedar empapada con barro incluso hasta más arriba de las rodillas. A Pedro no le importa quedar embarrado, siempre ha sido de los que disfrutan cada momento sin cuestionarse si luego tendrá que hacer algo al respecto por no haber sido cuidadoso. Simplemente disfruta el presente, se deja llevar por esa cotidianidad sin preocupaciones minúsculas. Eso es lo que nos hace tener este vinculo tan especial, incluso cuando caminamos sin rumbo y nos dejamos llevar sin saber si es él quien me guía o soy yo quien determina el camino de aquella caminata. Simplemente nos dejamos ser, vagamos libres, acompañándonos hasta que regresamos al hogar.



(de Diarios de vida en la Ciudad - Escritos Breves).

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