En el subte

Lo conocí por levantar la mano. En el subte, un día que regresaba a casa y me había quedado a trabajar hasta más tarde. Ya había pasado la hora punta y había espacio suficiente para ver los rostros de esos otros que me acompañaban en el viaje por debajo de la ciudad. Yo los miraba pasando de uno en uno: al que escuchaba música y tocaba instrumentos imaginarios, al que jugaba con el celular, a la chica que conversaba con su mejor amiga, a la pareja que se tomaba de las manos y miraba a los ojos sonriendo, al muchacho que leía a Bolaño y llevaba los audífonos puestos, a la señora que llevaba los ojos cerrados y el ceño fruncido. Así, pasaba mi vista de uno a otro de manera casual mientras jugaba con el anillo de la profecía: un anillo que me regalara mi amiga Mane con la promesa de que había sido forjado cuando Venus cruzaba no recuerdo con qué casa del zodiaco una noche de luna llena y las constelaciones auguraban un encuentro amoroso importante en la vida para su portador o portadora. En realidad lo usaba no porque creyera en su profecía, sino porque era hermoso, finamente labrado y literalmente me quedó como anillo al dedo. Pero aquella noche en particular estaba agotada, tenía la mano hinchada y sentía que me ahorcaba el dedo, razón por la cual, recordé un secreto de mi abuela materna para cuando un anillo no quiere salir y te lo quieres sacar: levantar la mano para que se deshinche lo suficiente, debido a que la sangre y los fluidos de los dedos y la mano bajarán soltando el anillo. Si algo de fe hubiera tenido en el anillo de profecía es que funcionaria puesto y no cuando quería sacármelo. Pero la vida esta llena de paradojas y situaciones fuera de lo común que se vuelven poesía y producen cambios trascendentales. Y así como si nada, mientras yo levantaba la mano a la altura de mi cabeza y miraba hacia afuera en la estación, el muchacho que leía a Bolaño dejó el libro a un lado y puso cara de pregunta mientras me observaba y sonreía. Poesía pura, dar vuelta la cara y encontrarme con su mirada, con su sonrisa, con la posibilidad de conocernos de esa manera. No sé bien qué vio él en mí, pero a él me lo recomendó el libro que leía y sin darme cuenta me encontré respondiéndole a su sonrisa y luego cruzando algunas palabras mientras se me pasaba la estación donde debía bajarme. La noche siguió en un café hasta que lo cerraron y entonces nos despedimos con la promesa de vernos la noche siguiente.

 - (de Diarios de la vida en la ciudad -escritos breves).





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