Al atardecer
Kubrick tomaba el sol perezoso, con los ojos cerrados sobre el único sillón que adornaba aquel departamento de dos ambientes y una pequeña terraza desde donde se podía ver principalmente los departamentos de enfrente, la calle de abajo y una parte del parque si se asomaba la cabeza y se miraba hacia el final de la calle. A esa hora de la tarde la luz entraba por el ventanal y calentaba tan bien sobre el sillón que era un deleite sentirlo mientras la tarde pasaba como tantas otras tardes que se iban haciendo infinitas en días que eran semejantes unos a otros. Cuadros tapizaban la pared sobre el sillón, oleos de paisajes y naturaleza muerta, de personas viviendo una vida tan cotidiana que era una proyección demasiado real de la vida misma: lustradores de zapatos, gente jugando al ajedrez, un hombre sentado en su puesto de suplementos leyendo un diario, una conversación bajo una farola del parque, un anciano bebiendo una taza de café, unos músicos tocando instrumentos, una calle en perspectiva con bares y donde la gente transita un día cualquiera, etc. A la derecha del sillón, los libros parecían acumularse desde el suelo hasta el techo formando una muralla que hacía de separador de ambiente entre lo que era aquella sala de estar y lo que hacía de dormitorio y que era todo el resto de la casa. Justo delante de los libros una pequeña mesa sobre la cual descansaba un teclado eléctrico y un piso bajo para sentarse y tocarlo. A la izquierda del sillón, una sección que era la cocina con algunos muebles, una encimera y otra pared con una pequeña mesa con más pinturas, frascos, lápices, pinceles, paños, telas, y un atril a su lado con un trabajo en progreso, que representaba al sillón iluminado por la luz de la tarde con Kubrick durmiendo sobre el y semienrollado en si mismo terminaba de ser la escena completa del lugar.
Suena el cerrojo de la puerta y entra una mujer con unas bolsas de papel en la mano, trae pan, queso, café, verduras y otras cosas que deja en la encimera de la cocina. Kubrick se baja del sillón y se acaricia contra las piernas de la mujer ronroneando de manera constante y suave. Ella le toma en brazos y acaricia mientras observa por el ventanal hacia la calle, hacia la vida cotidiana de aquellos que a esa hora volvían del trabajo, entraban a los bares y restaurantes de abajo, los que pasaban en sus bicicletas y sus automóviles mientras el sol comenzaba a perderse detrás del edificio de enfrente. Comenzó a preparase un café y algo para comer con la débil luz de lo que quedaba del día mientras tarareaba una melodía y de vez en vez sus dedos tocaban un teclado imaginario en el aire para volver a las tareas de prepararse algo para comer. Entonces el sol termina de ocultarse y la leve luz da paso a una oscuridad cada vez más densa. Enciende unas lámparas para iluminar tenuemente el lugar, enciende el teclado y se sirve el café a tragos cortos, sintiendo la intensidad del aroma y el sabor, mientras mira atenta el reloj, observando el segundero pasar por el nueve en dirección al número doce. Tan solo toca aquel número cuando comienza a sonar una batería suave en algún departamento vecino, a ritmo pausado. Le sigue una trompeta que parece estirar unas notas y apurar otras mientras un contrabajo se une desde otro sector siguiendo la música. Ella deja el café y se sienta en el teclado comenzando a entonar la melodía que tarareaba hace un momento y completando aquel cuarteto de jazz al atardecer.
- (de Diarios de la vida en la ciudad -escritos breves).
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