No son solo las casas entre los cerros, sus colores, sus calles estrechas, su gente amigable y sus almacenes de barrio que parecen sacados de alguna película de época, también es su paisaje, su aire, el cielo azul, las playas de arenas blancas, de roqueríos y de océano pacífico que se extiende en el horizonte y choca con la Isla Quiriquina que parece un fantasma dibujado tenuemente contra las nubes que se recortan con el cielo.
Es extraño, haber vivido allí cerca, a solo 30 kilómetros, en Concepción durante años y solo visitarla de vez en cuando, perdiéndome tantos inviernos y otoños de recorrerlo, de sentirlo, de vivirlo. Ahora en febrero lo visité brevemente y me perdí en su gastronomía costera, en su viento frío de la tarde, en su olor a brisa marina y sobre todo, en el sonido de su océano que besa las costas suavemente. A veces buscamos lugares hermosos y lejanos cuando estamos inmersos en ellos sin verlos porque estamos ciegos a la influencia de las ciudades, de los lugares exóticos, del mercadeo que nos dice que el placer está en el caribe y no en el hermoso Chile Central que tantos paisajes maravillosos nos entrega.
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Playa Bellavista en Tomé |
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Playa Cocholgüe en Tomé. |
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Otra vista para la playa de Cocholgüe en Tomé. |
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