El conflicto del agua (y la energía)
Uno de los temas recurrentes ha sido lo que se ha denominado "El conflicto del agua y la energía", que señala la escasez de este recurso para los distintos usos a los que se les somete en algunas zonas de este país (Chile). En realidad el uso del lenguaje puede llevar a confusión: no es el conflicto del agua, es el conflicto por el recurso agua y su utilización. En Chile el agua es un bien que se tranza en el mercado, lo cual ya es un conflicto (y es sin duda el origen de muchos problemas al respecto). Por otro lado es patente que hay temas por resolver respecto a la cantidad disponible, a su calidad, y a la distribución de lo disponible.
Hay sin embargo otro problema que es sinérgico al anterior: la distribución de la población y de las actividades económicas respecto a la disponibilidad de agua y energía por territorio. Un tercer problema sinérgico (es decir que un problema se incrementa incluso más grande que la suma de los anteriores porque la acción conjunta es proporcionalmente mucho mayor) es que no hay políticas ni filosofías, ni planes de reciclar, rehusar, redistribuir lo que se utiliza. Así, el problema es de alto costo y baja eficiencia.
Entonces el problema se resume en la disponibilidad del recurso en sí (oferta), el uso (demanda) y baja eficiencia en su uso (principalmente porque debiera ser mejor al ser escaso).
El problema de fondo es el sistema económico con el cual trabajamos, un sistema que fomenta el crecimiento pero no el desarrollo (ni la equidad y distribución de la riqueza generada, solo reparte los problemas que ocasiona), y que permite a ciertas actividades económicas hacer uso del agua y la energía de manera antojadiza, sin regulaciones ni un sistema que como mínimo compense a todos los otros sectores que sean afectados por este uso irracional y desmedido.
Es importante tener en consideración que en los años 80's -cuando Chile necesitaba crecer y el índice de pobreza era superior al 30% en la población-, a un grupo de la población le parecía necesario que empresas y actividades económicas poco desarrolladas se establezcan y desarrollen sin considerar mucho el conservar para el futuro, pues un paradigma era que había más que suficiente para todo ello, y parecía ser una estrategia permitida y válida. Sin embargo hoy, 40 años después, el conflicto se ha agravado con el desarrollo logarítmico de la población (principalmente por la movilización desde el campo a la ciudad, y desde las regiones a la capital, sumado a una creciente migración desde el extranjero), sumado al uso desmedido de los recursos y falta de desarrollo tecnológico y logístico para una menor contaminación y mejor aprovechamiento de el agua y la energía.
Escapa al propósito de este texto profundizar mayormente en este tema, si bien se desea plantear la necesidad de volver a pensar en nuestra forma de ver el mundo, de hacer economía, de administrar nuestros recursos y territorios, de distribuirnos como población y sobre todo de distribuir la riqueza y los beneficios de las actividades sociales y económicas en el país. No parece ser especialmente razonable que vivamos en sectores lejanos a donde realizamos la vida cotidiana, teniendo que desplazarnos horas para llegar al trabajo, al colegio, a cualquier lugar donde humanicemos nuestras actividades diarias. Eso es un gasto de energía, de tiempo, de recursos. Así como es un gasto de agua y energía el trasladarla desde un territorio hasta otro, o desalinizarla, o usarla sin restricciones ni acciones eficientes y lanzarla al alcantarillado pudiendo implementar medidas que optimicen y mejoren este y otros recursos, para satisfacer nuestras demandas de vida y de desarrollo social y económico.
Hay sin embargo otro problema que es sinérgico al anterior: la distribución de la población y de las actividades económicas respecto a la disponibilidad de agua y energía por territorio. Un tercer problema sinérgico (es decir que un problema se incrementa incluso más grande que la suma de los anteriores porque la acción conjunta es proporcionalmente mucho mayor) es que no hay políticas ni filosofías, ni planes de reciclar, rehusar, redistribuir lo que se utiliza. Así, el problema es de alto costo y baja eficiencia.
Entonces el problema se resume en la disponibilidad del recurso en sí (oferta), el uso (demanda) y baja eficiencia en su uso (principalmente porque debiera ser mejor al ser escaso).
El problema de fondo es el sistema económico con el cual trabajamos, un sistema que fomenta el crecimiento pero no el desarrollo (ni la equidad y distribución de la riqueza generada, solo reparte los problemas que ocasiona), y que permite a ciertas actividades económicas hacer uso del agua y la energía de manera antojadiza, sin regulaciones ni un sistema que como mínimo compense a todos los otros sectores que sean afectados por este uso irracional y desmedido.
Es importante tener en consideración que en los años 80's -cuando Chile necesitaba crecer y el índice de pobreza era superior al 30% en la población-, a un grupo de la población le parecía necesario que empresas y actividades económicas poco desarrolladas se establezcan y desarrollen sin considerar mucho el conservar para el futuro, pues un paradigma era que había más que suficiente para todo ello, y parecía ser una estrategia permitida y válida. Sin embargo hoy, 40 años después, el conflicto se ha agravado con el desarrollo logarítmico de la población (principalmente por la movilización desde el campo a la ciudad, y desde las regiones a la capital, sumado a una creciente migración desde el extranjero), sumado al uso desmedido de los recursos y falta de desarrollo tecnológico y logístico para una menor contaminación y mejor aprovechamiento de el agua y la energía.
Escapa al propósito de este texto profundizar mayormente en este tema, si bien se desea plantear la necesidad de volver a pensar en nuestra forma de ver el mundo, de hacer economía, de administrar nuestros recursos y territorios, de distribuirnos como población y sobre todo de distribuir la riqueza y los beneficios de las actividades sociales y económicas en el país. No parece ser especialmente razonable que vivamos en sectores lejanos a donde realizamos la vida cotidiana, teniendo que desplazarnos horas para llegar al trabajo, al colegio, a cualquier lugar donde humanicemos nuestras actividades diarias. Eso es un gasto de energía, de tiempo, de recursos. Así como es un gasto de agua y energía el trasladarla desde un territorio hasta otro, o desalinizarla, o usarla sin restricciones ni acciones eficientes y lanzarla al alcantarillado pudiendo implementar medidas que optimicen y mejoren este y otros recursos, para satisfacer nuestras demandas de vida y de desarrollo social y económico.
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