¿Hacia dónde va Santiago de Chile?

De ser un país con un estilo de vida tranquilo y pausado, pasamos a ser en pocos años una sociedad acostumbrada a los cambios de ritmo de vida, de paisaje, de identidad. Antes aquí había una casona grande, hermosa, imponente, con personalidad; ahora hay un edificio grande, cuadrado, por lo general  insípido (aunque hay hermosas y sorprendentes excepciones de vez en cuando) y que transforma la calle misma, el vecindario (para mejor muchas veces, para peor otras también). Y es que Santiago está cambiando a una velocidad vertiginosa, sin mucha planeación en algunas comunas porque el caos se apodera de las avenidas con los nuevos dueños de departamentos que tienen automóviles que ahora saturan lo que antes era una pacifica calle. Pero así es Chile, si el paisaje no cambia por un evento natural es el mismo hombre el que se encarga de cambiarlo a pasos agigantados. 

Ahora todo es transitorio, y lo importante es crecer a un ritmo exponencial, transformar el barrio, la comuna, el entorno. Si bien los cambios en la arquitectura no han sido de los mejores en lo estético y lo espacioso de sus habitaciones, se están produciendo otros cambios que por lo general han sido muy beneficiosos para mejorar la calidad de vida de sus habitantes, poniendo a disposición nuevos conjuntos habitacionales que acerca a las familias, nuevos medios de transporte con mejor tecnología y que conecta de manera rápida y cómoda: el metro ahora es automático, en sus nuevas líneas no necesita de un conductor; los microbuses son eléctricos y con aire acondicionado, cargador para celulares, con más espacio interior; existen bicicletas y monopatines de uso compartido para acercar y mejorar la movilidad que se utilizan con una app; se cuenta con servicios de transporte integrado que permite una mejor calidad de vida. 

No es que no se desee cambiar, es que algunos cambios debieran tener mayor conciencia ciudadana. Si lo realizado con los medios de transporte ha demostrado ser muy positivo, en lo que a los edificios se refiere sin duda se puede hacer mejor. En algunos puntos donde antes se podía detener y apreciar la cordillera, hoy solo se ve un conjunto de concreto sin ningún sentido de lo estético. Donde antes se podía viajar de manera expedita para cruzar la ciudad, hoy es un lugar congestionado y donde los automovilistas se impacientan y hacen sonar sus bocinas. Si por un lado el nivel de polución disminuye con los buses eléctricos, por otro aumenta con los automóviles que están detenidos en los atoramientos durante largos minutos, y que es cuando más se contamina entre aceleradas cortas y frenadas bruscas. 

Sin duda Santiago crece, se vuelve más cosmopolita, tiene nuevos y mejores locales de comida, café, bares, teatros y cines, nuevos focos de esparcimiento ciudadano tanto en centros comerciales como en parques y plazas. En solo 10 años se ha transformado con mejoras asombrosas, pero también con esos absurdos que en vez de progreso traen retroceso. Nos sentimos con una identidad que lucha por el alma de su gente, de sus ciudades, de su cultura. Santiago se debate entre la belleza de su historia colonial y pausada,  y el futuro de la modernidad y la tecnología acelerada y absorbente. 




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