Vania - El arrepentimiento del Arcangel
El siguiente es un fragmento del libro "El arrepentimiento del Arcángel" de las Crónicas de la tierra indómita.
Vania.
Es
curioso como unas palabras pueden hacer tanto daño.
La
verdad es que ella ya estaba acostumbrada a oír palabras que matan…
Cada
día debía lidiar con hechiceros y similares que evocaban los más siniestros
conjuros diciendo las palabras apropiadas para ello. Pero eso a ella no la
amedrentaba. Ni siquiera sentía un mínimo temor a esas palabras. A decir verdad
los demás le temían a ella.
Un cuerpo como esculpido a mano… Eso era lo que
pensabas al verla por vez primera. Era difícil mirarla a los ojos, pero cuando
te dabas maña para hacerlo te quedabas cautivo para siempre. Seguro que hasta
el arcángel mas santo se daba vuelta a mirarla. Y ella lo sabía... y lo usaba
para sus propósitos. Era dueña y señora de la noche; una noche que cada vez se
hace más larga pues el sol está demasiado viejo para ahuyentar por mucho tiempo
más a las criaturas nocturnas. Ya pronto dejará de salir y se esconderá para
siempre. Y entonces, los engendros no tendrán que volver a ocultarse... o al
menos eso es lo que ellos piensan.
La ciudad se ha vuelto cada vez más decadente y los
chicos buenos van en disminución. Al parecer las sombras se han vuelto más
atractivas y son cada vez más los que se pasan al bando del enemigo: un enemigo
que recluta día tras día por voluntad propia o por la fuerza. Los vampiros han
realizado gran parte de la tarea al convertir a muchos en sus aliados… y por
supuesto están las marionetas que los adoran y los encuentran lo máximo...
entonces una noche terminan siendo su cena. Que idiotas.
Por ahora a mí me preocupa Vania. Reconozco que hice
lo que tenía que hacer, pero no por ello me gusta. Es más, fue lo más difícil
que he hecho alguna vez... y no me enorgullezco de ello.
Recuerdo lo que es sentir su piel de terciopelo en mi
cuerpo... en mis manos... y ni hablar de su aroma. Pero creo que me estoy
adelantando demasiado. Nunca he sido bueno para contar historias y no creo que
comenzaré ahora a serlo. Pero haré mi mejor esfuerzo.
En realidad debo sentirme afortunado. No soy un elfo,
así que no soy hermoso ni inmortal. Tampoco un hombre, - afortunadamente -, con
tantos vicios y debilidades. A decir verdad soy un humanoide. Si me ves desde
lejos me confundirías con un humano, pero ya de cerca es otra cosa. Tal vez me
confundirías con un vampiro o un hombre lobo con estos colmillos sobresalientes
y afilados. O con una bestia al ver mis garras sobresaliendo de mis manos… Y
bueno, el color de mi piel me delata: parece que me hubieran bañado en sangre.
Además esta la cola... Todo un diablillo como me diría mi madre en épocas
pasadas.
Así que me puedo considerar afortunado de que Vania
haya puesto sus ojos en mí persona. Aunque pensándolo bien era obvio que
sucedería… ya saben que a las mujeres les gusta lo difícil...
Recuerdo la primera vez que la vi. Yo andaba detrás
de la pista de Druska, una mujer lobo que se había establecido como líder de un
grupo de varios otros engendros y que estaba abarcando demasiado sus dominios
en la ciudad... además había dado muerte a una familia completa aquella noche, así
que no permitiría que se me escapara. La persecución era rápida entre las
azoteas de los edificios, y la luna llena no permitía que se cobijara entre las
sombras: podía huir pero no esconderse. Además yo ya tenía su aroma y era
cuestión de tiempo para atraparla.
Entonces al saltar de un edificio a otro en un
callejón me pareció ver a la más bella criatura rodeada de engendros nocturnos.
Estaba de espalda en el suelo y uno de ellos se le acercaba amenazante. No lo
pensé un segundo... supongo que actué por instinto.
Me dejé caer desde lo alto y antes de tocar el suelo
lancé tres cuchillas que dieron en el blanco de manera perfecta volviendo polvo
a sus víctimas. Otros cuatro acudieron a mi encuentro para solo volverse
cenizas a mí alrededor. Todavía quedaban tres pero estos se veía que no eran
vampiros ordinarios como los otros. Uno de ellos le hizo un gesto al de la
derecha y caminó hacia mí. Los otros dos volvieron a lo suyo. De alguna manera
tenía que llegar rápido hasta donde ella y llevármela, sino todo sería en vano.
Del libro "El arrepentimiento del Arcángel"
de las Crónicas de la tierra indómita.
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