Un dia de Julio
Es el último lunes del mes de Julio y Santiago amanece inundado mientras la lluvia no para de caer en gotas gruesas y rítmicas que se suman a los ríos que corren por las calles de Ñuñoa y otras comunas. Me desperté antes que aclarara pensando que hace un año tenía la ilusión de que las cosas habían cambiado lo suficiente para que días como hoy no se volvieran a repetir, con esa distancia que duele y hace extrañar días mejores. Pero la realidad se hace más patente que nunca y no tengo más alternativa que suspirar y enviar un abrazo mental a T que cumple años hoy, mientras la tierra se encarga de recordarme que todo está en constante cambio y movimiento: un temblor sacude el amanecer. Ya en la calle pienso que esta ciudad está más preparada para los temblores que para las lluvias: las construcciones aguantan cuando el suelo se mueve con violencia pero no se puede cruzar una calle por el río en que se ha convertido después de unas horas de lluvia constante.
La mañana se va rápida. Ahora al escuchar el canto de las aves mientras observo el sol y el cielo azul me parece que no hubiera llovido nunca, y que las inundadas calles solo hubieran sido un sueño. Pero entonces veo a la gente con sus impermeables y grandes paraguas en las manos como testimonio que todo aquello fue real. También el horizonte se ve libre de contaminación y las montañas aparecen majestuosas con su manto blanco de invierno. Esta ciudad nunca parece sorprender tanto como cuando está limpia del smog constante que la cubre. Se puede ver su belleza en toda su plenitud desde la cordillera de los Andes hasta la cordillera de la Costa.
Anochece, y las escasas nubes son teñidas con tonalidades rojizas que adornan un atardecer impresionante mientras las ultimas luces desaparecen tras la montaña. Sin duda vale la pena detenerse un momento y contemplar toda esa belleza natural, regalo de un día cambiante. Las calles se transforman entonces en luces y en congestión vehícular de aquellos que intentan regresar a casa. Soy parte de esa masa pero no tengo prisa: voy sentado con la mujer que amo a mi lado mientras suena una bossa nova en la radio. Ella toma mi mano y me sonríe. Se avanza lento pero no tiene importancia. Me siento feliz en ese instante sencillo.
La mañana se va rápida. Ahora al escuchar el canto de las aves mientras observo el sol y el cielo azul me parece que no hubiera llovido nunca, y que las inundadas calles solo hubieran sido un sueño. Pero entonces veo a la gente con sus impermeables y grandes paraguas en las manos como testimonio que todo aquello fue real. También el horizonte se ve libre de contaminación y las montañas aparecen majestuosas con su manto blanco de invierno. Esta ciudad nunca parece sorprender tanto como cuando está limpia del smog constante que la cubre. Se puede ver su belleza en toda su plenitud desde la cordillera de los Andes hasta la cordillera de la Costa.
Anochece, y las escasas nubes son teñidas con tonalidades rojizas que adornan un atardecer impresionante mientras las ultimas luces desaparecen tras la montaña. Sin duda vale la pena detenerse un momento y contemplar toda esa belleza natural, regalo de un día cambiante. Las calles se transforman entonces en luces y en congestión vehícular de aquellos que intentan regresar a casa. Soy parte de esa masa pero no tengo prisa: voy sentado con la mujer que amo a mi lado mientras suena una bossa nova en la radio. Ella toma mi mano y me sonríe. Se avanza lento pero no tiene importancia. Me siento feliz en ese instante sencillo.
Comentarios
Publicar un comentario