Un paseo por el barrio.
De pronto aquel instante me supo a nostagía, tan efímero y a la vez tan cotidiano: el viento incesante meciendo las ramas de los árboles que adornan la vieja calle, el cielo celeste intenso con nubes como algodones desparramados; las casas bajas, con arboles frutales cargados de manzanas, limones, duraznos y uvas escapándose por los cercos, los gorriones escarbando la tierra y volando de retorno a la seguridad de las ramas altas. El olor a verano en el aire, el sol quemando los brazos, la gente saliendo del almacén de la esquina con el pan de la tarde en las bolsas rumbo a casa. Los perros en la calle tendidos a la sombre de los árboles que no dejan de murmurar con el viento que los agita. Y allá al fondo de la calle, donde se pierde la mirada aparecen los cerros, con sus casas casi colgantes y de colores que cada vez van apretandose más y más con las nuevas casas que van apareciendo.
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