Escritos breves de Carlos Skilar

"No sabemos detener ni detenernos.
Somos animales de una voracidad sin sabor.
No detenemos una página de un libro, ni la matanza de ballenas o de vagabundos, ni la miseria alrededor.
Vamos tan rápido que los paisajes prefieren no vernos y los niños se asustan con el viento oscuro que dejan nuestras sombras al pasar. Huimos hacia delante, hacia ese abismo de tiempo, donde ya no están nuestros abuelos, ni nuestros padres..."

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"La niña mira a su madre mientras lee.
La mira y murmura frases para sí misma.
Todo está quieto ahora, en suspenso, como si un largo día no fuera otra cosa que el fin de una tarde que nunca desaparece.
Cuando la madre hace una pausa, la niña se le acerca y pregunta, con voz de secreto: “Mami: ¿qué estás haciendo?”.
“Leyendo”, responde la madre.
La niña insiste: “¿Qué es leyendo?”.
La madre le muestra el libro a la niña y dice: “¿Ves? Aquí hay historias que todavía no conocemos. Hay que buscarlas. Hay que encontrarlas. Eso es estar leyendo”.
La niña se queda quieta y mientras acaricia el brazo de su madre, vuelve a preguntarle: “¿Pero: leyendo es en las partes blancas o en las partes negras?”.


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Dijo: no encuentro felicidad en ninguna parte, alrededor de ninguna cosa, bajo ningún pretexto.
Respondió: quizá porque usted no entienda que lo único importante es la felicidad. Sin partes, ni cosas, ni pretextos.
En efecto, pensó, creo que todo es más importante que la felicidad: incluso la liviandad, el olvido, la conmoción y cierta melancolía.
¿No le parece que todo lo que hacemos es para ser felices?, indagó.
No, al menos nada de lo hago es para ello: lo que hago es simplemente para enamorarme o para distraerme, y eso no me conduce a la felicidad si no al encuentro y al desencuentro.
Subrayó: debería dejar de lado todo ello y concentrarse en la felicidad.
Replicó: ocurre que cada vez que me concentro en ello siento que estoy en medio de un escondite: me escondo del peso del mundo, de sus laberintos, de su gravedad, incluso de su belleza que es siempre claroscura.
No lo entiendo, se disculpó: ¿si no busca la felicidad, qué busca?
Imaginó: busco la duplicación de un segundo, la rama que dejé olvidada en un paseo hace treinta y dos años, y alguna señal de esa mujer a la que le escribí una carta de siete páginas.
Enfatizó: así nunca va a encontrar la felicidad.
Es cierto, murmuró, pero quizá sí encuentre un segundo duplicado, el rastro de aquella rama, y la respuesta de la mujer que amo.

 
- Carlos Skilar

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