Una invitación a la paz
Era una mañana de finales de enero y yo estaba mirando el Jardín Japonés en el Cerro San Cristóbal. El sonido del agua agitada con la noria girando, la linterna de piedra se erigía como un centinela majestuoso, las flores de loto flotaban apaciblemente bellas. Un lugar donde la armonía, la sencillez y la naturalidad se combinan para invitar a la reflexión y a la paz. Poca cultura de reflexión y paz tenemos los occidentales que vivimos entre montañas y mar. Aquellos que entran lo hacen como turistas de paso, para obtener una fotografía y se marchan. Solo unos pocos entraban con respeto y conciencia de aquel lugar, deteniéndose un momento a contemplar, a sentir, a ser parte de ese lugar. Solo unos pocos aceptaban la invitación a ser parte de los elementos y la naturaleza.