Después del trabajo

Debíamos volver más o menos juntos desde el trabajo. Yo acostumbraba a salir al balcón con un mate a leer y casi al mismo tiempo allá abajo ella salía con una copa de vino y un libro aprovechando la calidez de las últimas horas del sol de la tarde. A veces después de leer y justo cuando los últimos rayos de sol despedían el día, desplegaba un mat y hacía yoga por unos 40 minutos con el sonido del mar a su espalda. Otras veces en cambio sacaba un violonchelo y practicaba algunas melodías que me eran conocidas, y otras que desconocía totalmente pero que eran un deleite y que buscaba en internet para aprender de ellas y volver a escucharlas. Esa era la rutina de la mayoría de los días al atardecer. A veces, algunas tardes no se presentaba y yo la extrañaba. Otras veces yo no me presentaba y supongo que ella ni siquiera lo notaba. Cuando los días se fueron alargando y a medida que se acercaba el verano, fui cambiando un poco la rutina y comencé a salir a correr por la orilla de la playa y a practicar natación en el mar. Un atardecer yo flotaba de espaldas mirando el cielo comenzar a oscurecerse y poco a poco fueron apareciendo las estrellas. No noté cuando a mi lado una voz me dijo que una de sus estrellas favoritas es Gacrux, la que es de color rojo y sirve para diferenciar la punta superior de la Cruz del Sur, justo allá arriba, apuntando un dedo largo y fino en dirección a la estrella.  Yo le respondí que nuestra conocida Cruz del Sur, para los mapuches, representa la huella del ñandú o choike, uno de sus animales sagrados, y Alfa y Beta Centauri son las boleadoras para cazarlos. En una oportunidad un cazador erró con las boleadoras al tratar de cazar al ñandú, y eso quedó estampado en el firmamento para que los mapuches recordaran que ellos también se equivocan. Ella no respondió nada, se quedó allí mirando al cielo flotando de espalda sobre su tabla de surf dejando que el manto de la noche nos envolviera en silencio. Más tarde me acompañó durante la noche, caminamos por la playa y por las calles de la ciudad costera recorriendo algunos bares conocidos y desconocidos para mí; conversamos de libros, de autores, de sensaciones, del destino. Yo tenía un poco de temor de que ella en algún momento me dijera que me había visto mirándola al atardecer desde mi balcón o cualquier cosa que me hiciera sonrojar o sentir incómodo, pero ella nunca lo mencionó aquella noche, ni las noches siguientes aun cuando yo le confesé en cierta medida todo aquello al decirle donde vivía, pero solo respondió sonriendo y diciendo que desde su terraza se veía mi balcón entonces. Y así pasaron otras tardes después del trabajo, leyendo desde nuestros balcones, bebiendo mate y vino, saliendo a caminar o a nadar, o a leer, o a conversar o a lo que fuera que nos llevara el verano. Mientras más la conocía, más comprendía lo mucho que me gustaba su manera de ver la vida, de discordar en alguna opinión con un buen argumento, de explicarme algo difícil con la más absoluta sencillez y si yo no había leído a algún autor de esos que ella se apasionaba conversando, entonces solo se reía pero no decía nada más, no me lo reprochaba ni ponía aires de ser superior por su recorrido cultural francés, italiano, argentino o de cualquier otra nacionalidad. Para ella todo era natural, o antinatural, no lo sé, solo sé que siempre parecía dejarse llevar por los momentos como si estuviera en su tabla de Surf en el mar al atardecer y eso para mí era la vida misma. Una de esa tardes le pregunté lo que pensaba sobre el que yo no supiera muchas de las cosas que ella me contaba, o que no hubiera leído aquellos autores tan importantes para ella a lo que respondió mirando al cielo y mostrando nuevamente su estrella favorita Gacrux mientras decía suavemente que ella amaba el cielo, y las estrellas y las letras, porque las letras y las estrellas eran similares en muchos aspectos y que entonces los lectores y los astrónomos sin lugar a dudas tenían mucho en común, y sin duda alguna un astrónomo nos diría que el Universo está en continuo movimiento o cambio, que se está expandiendo en forma permanente, que nada es estático y que cada día de estos miles de años que nos separan de cuando se comenzaron a poblar estas tierras, deben haber nacido y muerto muchas estrellas o planetas sin que ni siquiera hayamos tenido la más mínima idea, al igual que los miles de libros que deben haberse escrito y pasado por la vida sin leer, pero que así era el orden natural de todas las cosas, donde simplemente el tiempo y el cambio eran la base de todo. Entonces me abrazó y comenzó a juntar su rostro junto al mío aproximándolo a solo unos centímetros y sus dos hermosos ojos me parecieron solo uno, y su rostro ahora era solo un ojo y una sonrisa, y cerró aquel único ojo y nos besamos bajo aquel cielo estrellado e infinito como sus ideas.

-(de Diarios de la vida en la ciudad -escritos breves).





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